viernes, 24 de enero de 2025

CINCO HORAS CON MARIO

El ingenio y la ironía para expresar lo prohibido sorteando la censura.

Autor: Antonio Porras Cabrera

 Miguel Delibes Setién, autor de la novela objeto de nuestro estudio, ​ había nacido en Valladolid en 1920, donde también falleció en 2010. Fue miembro de la Real Academia Española desde 1975 hasta su muerte, ocupando la silla «e», y su figura ilumina la novelística española con títulos tan celebrados como La sombra del ciprés es alargada (1948), su primera novela; La hoja roja (1959), Premio de la Fundación Juan March; Las ratas (1963), Premio de la Crítica; Los santos inocentes (1981) y El hereje (1998), que fue su último gran escrito.

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España, tras la derrota en la contienda mundial de los aliados y valedores del régimen, queda internacionalmente aislada. El dictador se siente inseguro y encuentra en los EE. UU. de América un nuevo valedor a cambio de un acuerdo para instalar en el país bases militares norteamericanas, en plena guerra fría, con el objetivo de neutralizar el poderío militar y la influencia comunista de la URRS, su enemigo común, lo que conlleva cierta apertura para una moderada o simbólica adaptación al nuevo orden mundial. Se consigue, en parte, con la entrada en la Organización de las Naciones Unidas en diciembre de 1955, lo que da cierta aceptación internacional al régimen.

A finales de los años cincuenta ya empiezan a aflorar considerables brotes de disidencia política y una clara tendencia, de gran parte del mundo intelectual, a confrontar con el régimen, incrementándose a lo largo de los años sesenta. La censura, en manos del clero y, sobre todo, de ideólogos inconsistentes del sistema político, pasa de la mano férrea a ser más condescendiente rayando, en ocasiones, en lo absurdo. En cierto sentido despertaba la agudeza de escritores y cineastas para conseguir burlarla, dándose situaciones verdaderamente cómicas por la insolvencia y obstinación del censor. Estamos, pues, en un contexto dinámico aunque muy sometido al absolutismo dictatorial del régimen, que sigue sustentándose, en su esencia, en los principios fundamentales del Movimiento Nacional.

En este contexto, Miguel Delibes empieza a desarrollar su obra. De hecho, tras contraer matrimonio con Ángeles de Castro (1946), inicia su carrera literaria y, posteriormente, ejerce el periodismo en el diario El Norte de Castilla, del que es nombrado Subdirector en 1952. En esa etapa comienza una amplia producción, llegando a publicar, prácticamente, cada año una nueva obra: Mi idolatrado hijo Sisí (1953), La partida (1954), Diario de un cazador (1955), Un novelista descubre América (1956), Siestas con viento sur (1957), Diario de un emigrante (1958), La hoja roja (1959), etc.

Tal vez su consagración definitiva en la narrativa española de posguerra la consiguió con la publicación de El camino (1950), donde narra el proceso que sufre un niño (Daniel) en el descubrimiento de la vida y su infantil experiencia, en un tránsito del campo a la ciudad, a la que ha de marchar para estudiar bachiller por orden de su padre, en contra de su deseo. Como curiosidad destacamos que el año en que nació su hija de nombre, precisamente, Camino, se llevó su novela a la pantalla.

Volviendo al contexto político y social, en ciertas esferas de la intelectualidad existe la convicción y el propósito de usar la literatura como un instrumento donde, el narrador, es el testigo que denuncia la pobreza y la injusticia que domina en los barrios bajos y las regiones más pobres y miserables de España, lo que provoca la acción controladora del censor para neutralizar ese discurso disidente, muy contrario al oficial sustentado desde los poderes del Estado. La situación de represión y control de la libertad expresiva daba mayor justificación a un modo realista de la narrativa, adquiriendo, esta, una función documental, informativa y difusora de la realidad social que pretendía encubrir el régimen. Esta objetiva misión del compromiso literario se sustenta en la convicción de que a la novela corresponde informar, objetivamente, acerca de una realidad silenciada por la prensa oficial.

En este sentido, en su obra, podemos vislumbrar un compromiso ético con los valores humanos, la autenticidad y la justicia social. Es un ejemplo de ingeniosa disidencia, a pesar de haberse incorporado voluntario a las filas nacionales para combatir en la guerra civil. Lo que le lleva, en algunas ocasiones, a confrontar con los censores, desarrollando el arte de burlar la censura. No obstante, al considerarse un hombre del sistema, cuanta con amigos dentro de ese ámbito, que le permite obtener con facilidad el visto bueno a sus obras, al no ser sospechoso de rojo disidente, lo que no le exime de tener algún que otro encontronazo con ella, como ocurrió ya en 1949 por su obra “Aún es de día”, dificultad extensible al ejercicio de su Cátedra de Historia al explicar la guerra civil a sus alumnos. De hecho, sus enfrentamientos con la censura se volvieron cada vez más directos y frecuentes, situación que supo canalizar adecuadamente manteniendo el espíritu de su creatividad. Su responsabilidad en el diario también le ocasionó algún quebradero de cabeza.

Por tanto, no es Delibes un autor activo en la abierta confrontación con el régimen, manteniendo su estatus social y su prestigio dentro del mismo, lo que no quiere decir que, a su manera, no sea crítico con él, pues no es impermeable al ambiente de la época y a las novedades que se van imponiendo. En su propia producción va implícita esa crítica a través de la cruda exposición de una realidad que, por sí misma, deja de manifiesto la injusticia y el despropósito ideológico del régimen. Sin alinearse explícitamente con la corriente neorrealista o el objetivismo narrativo, publica en 1966 Cinco horas con Mario, una novela prodigiosa y renovadora, que sorprende y deja admirados a los críticos, ya que ofrece un realista retrato en negativo de la época, contando con el amplio conocimiento de una sociedad donde Delibes se movía a la perfección. Fernando Morán, en 1971, se refería a Cinco horas con Mario como la más bella y más terrible novela española de las dos últimas décadas.

La novela en sí, muestra una originalidad sorprendente, ya que rompe con el estilo clásico narrativo para ubicarnos en una situación singular, donde, casi todo, se muestra a través de los monólogos de Carmen, la esposa de Mario, que permanece junto al féretro durante toda la noche, cumpliendo con su deber de esposa, ya viuda, que acompaña a su marido en el tránsito final.

A lo largo de sus monólogos, Carmen muestra la vivencia íntima de una realidad de vida, en muchos aspectos frustrante, donde va repasando la relación con Mario desde el mismo momento en que comienzan sus primeros flirteos amorosos, enmarcada en una sociedad sometida a condicionantes políticos y religiosos que son la argamasa que sustenta al sistema. En su discurso prevalecen las sentencias y la exposición de ideas conforme a los principios y valores que defiende el régimen. Machacona y reiteradamente, va juzgando la vida de su esposo, echándole en cara todo aquello que la llevó a la frustración, recriminándole o afeándole sus conductas disidentes o, al menos, no muy afines al poder establecido. El monólogo, expresado con cierta vulgaridad, propia de una mujer de escaso nivel cultural, usa un sentido directo de expresión orientado hacia Mario, donde, desde su sentimiento de víctima entregada, conjuga la actitud maternal de esposa sacrificada y dedicada a la familia, o el de madre solícita y exigente con sus hijos y respetuosa con el marido, con un proceder donde lanza puyas y reprocha al esposo por su actitud en casi todos los aspectos de la vida y la relación marital. Su crítica podría simbolizar el Juicio de Dios ante la muerte del creyente, arrogándose ella el título de jueza, que ejerce su función al amparo de la ley y el orden del nacionalcatolicismo, donde se enmarca su propio credo y su lealtad al régimen.

El monólogo de Carmen es un perfecto reflejo de los valores, principios y creencias en que se apoyaba el sistema político del franquismo, que incluye la retórica oficial propagada por los medios de difusión, bien sean la radio, la televisión o la prensa en un intento de preservar y consolidar el régimen; en este caso mediante una estructura verbal donde sus fórmulas son las consignas y los eslóganes que pretenden el adoctrinamiento del pueblo. Carmen, que se identifica con el sistema, usa esas sentencias y eslóganes como base argumental dada su carencia de criterio y pensamiento crítico. La lógica que sustenta su discurso no tiene soporte racional sino, más bien, sentimental y de lealtad a los mensajes y consignas del régimen, donde exalta los valores y bondades del sistema y el deseo de conservarlo.

Tal vez aquí esté la habilidad de Delibes para presentar situaciones y diatribas complejas desvestidas de la agresión de un discurso crítico directo, dándole al lector un papel determinante para que sea él quien saque sus propias conclusiones al leer los monólogos de Carmen, que hace un amplio recorrido por todos aquellos aspectos que condicionaron sus vidas y relación. La sutileza y complejidad de la novela tiene su base en la ironía, mediante la cual el autor nos presenta, a través del discurso de la esposa, el retrato en negativo de Mario, que el lector, al interpretarlo, lo convertirá en positivo, quedando de manifiesto que Mario es un hombre de principios cuya esencial preocupación es la igualdad y la justicia entre los seres humanos. El monólogo de Carmen, a través de esa ironía, invierte el sentido de su discurso y, el lector crítico con los ideales franquistas, acaba proyectándose en Mario como personaje. No obstante, el discurso se sitúa en un nivel de ambivalencia que permite una interpretación y la contraria, de ahí que el censor diera su visto bueno entendiendo que Carmen, de forma magistral, daba una lección sobre la ética y moral del régimen a un marido díscolo y embarcado en peligrosas empresas. Por tanto, en esta ambivalencia, para unos puede significar un rapapolvo al esposo descarriado, mientras que para otros será la ridiculización del pensamiento y los ideales del régimen.

Joseph Conrad, el escritor polaco afincado en Inglaterra a finales del S. XIX, sostiene que “el autor solo escribe la mitad de un libro. De la otra mitad debe ocuparse el lector”; o sea, que el sentido final del mensaje que transmite el autor está condicionado por la decodificación que ejerza el lector según su criterio respecto al mensaje y, cómo no, su nivel intelectual. En este caso, dado el contenido ideológico y los cuestionables valores y principios del sistema político, cabe aplicar con total rotundidad ese apotegma. Hasta tal punto que, según sea el lector de la novela, tendrá más o menos consistencia la argumentación de los monólogos. Este es uno de los factores más llamativos de esta obra, que tiene la habilidad de expresar un panegírico, por boca de Carmen, que pudiera ser interpretado como acertado para los adeptos al régimen y un dislate para los críticos con el mismo, como ya se ha referido.

Carmen es una mujer altiva y egocéntrica que se preocupaba por su aspecto y presencia, pero, como mujer que presume de casta y honesta, no abusa de potingues para resaltar su belleza, sino que se apoya en los encantos que la naturaleza le otorgó.  Es bastante reiterativa la referencia a su “poitrine”, término francés aplicado al busto, pero especialmente, en este caso, a los pechos. Por ello los hombres la miran y piropean, lo que refuerza su valor como mujer virtuosa y fiel a su marido. La mujer ha de despertar deseo en el hombre, para, a través de resistir la tentación, confirmar su virtud… “las santas feas no tienen ningún mérito y, por tanto, no son tales santas”, expresa en uno de sus monólogos. 

Por otro lado, al ser mujer y sin estudios, no tenía voz ni voto en su familia. Sin embargo, Mario era un intelectual, un catedrático de instituto, además de escritor y reconocido periodista, que se preocupaba de asuntos del intelecto, más allá de lo meramente material. He ahí una de sus frustraciones al no haber conseguido el estatus quo que ella debería disfrutar como esposa del catedrático; la vivienda es pequeña, no tienen coche, el marido va en bicicleta y no vestido en consonancia con su rol, etc. Comparativamente, para ella, su familia es de más alcurnia que la de Mario, cuyo padre era prestamista y de estirpe más vulgar. En el fondo se casó con él porque lo vio tan poquita cosa que se dijo, en un acto de soberbia: “este chico me necesita”.

La novela se inicia con la familia en la casa y el féretro expuesto, recibiendo las condolencias de los amigos y conocidos que acuden ante la inesperada tragedia. Carmen, en un estado casi de sopor, va viendo pasar a los visitantes mientras le muestran su pesar por tan importante pérdida, a la par que el narrador los va presentando y describiendo. Sobresale la escena de su concuñada Encarna, viuda del hermano de Mario, exteriorizando en exceso su dolor y despertando en Carmen los celos que ya albergaba por la relación que esta mantenía con su marido tras la muerte de Elviro...“parecía que la viuda fuera ella”, le dice al ya ausente Mario.

A lo largo de la obra Carmen toca casi todos los palos y habla de la familia, de la relación de pareja, de fidelidades y sexualidad, de su visión clasista de la sociedad, de religión y política, de educación de los hijos, del amor y del rol de la mujer en un contexto de virtuosa honestidad y entrega a la familia, y va dejando perlas que puntualizan su posicionamiento e ideas respecto a la vida, la ética y moral, la obediencia y sumisión al sistema. Veamos algunas:

 

Con relación a la familia plantea claramente la diferencia entre la propia y la de Mario, realzando la suya y denostando o descalificando a la de su marido. Exalta la sabiduría y competencia de su padre; así como alude, sistemáticamente, al buen criterio de su madre, mujer ejemplar que siempre la cubrió de buenos consejos. Sin embargo describe la parte negativa de la familia de Mario, donde su hermana no tiene mucho atractivo y es roñosa, como su padre; aludiendo a su cuñada como un marimacho que zarandeaba a su padre como si fuera un niño chico, cuando lo cuidaba por estar imposibilitado, y se lo hacía todo encima… lo que le sirve como excusa a Carmen Sotillo para no implicarse en el cuidado del suegro, con Encarna bastaba y sobraba; en este caso pone también como ejemplo a su madre que, antes de llegar a ese extremo, hubiera dejado de alimentarse para morir y no pasar por esa vergüenza. De su fallecido hermano Elviro dice que era poco hombre para Encarna y además con ideas izquierdosas. Sin embargo, casi no alude a su hermana que marchó con un pintor deshonrando a la familia, lo que significó un gran dolor para su madre del que, de alguna forma, ella asume la reparación con su conducta ejemplar; de hecho ella también fue objeto de deseo del pintor italiano, pero no le dio pie a extralimitarse, dada su honesta integridad.  En el fondo subyace un frustrado deseo de vivir la aventura de su hermana, pero ella solo se atreve a un beso de Paco que la hechizó con su coche y su porte, quedando, por tanto, exonerada de culpa y de pecado. Veamos algunas de las frases que merecen atención sobre este aspecto:

·       Tu hermana no tiene mucho atractivo… y además es roñosa, como tu padre…”.

·       “¿Te imaginas un Sotillo en mono? Que me aspen si te entiendo… que la vocación es muy respetable, de acuerdo, pero hay vocaciones para pobres y vocaciones para gente bien, cada uno en su clase…”. En respuesta a cuando Mario comenta que si los hijos no quieren estudiar que trabajen con las manos.

·       “…tu cuñada, cariño, es que es un marimacho”. Aludiendo a Encarna, la cuñada viuda de Elviro, hermano de Mario.

·       “…zarandeando a tu padre! Como un niño chico, Mario, no digas, lo traía y lo llevaba y, luego, como él no notaba la necesidad, qué olores, hijo mío, no salían ni con ozonopino, que estaba aquella casa como una cochiquera”.

·       “…y todavía tú que iba poco, y ¿a qué iba yo a ir si puede saberse? Con Encarna bastaba y sobraba”.

·       “…yo pienso que tu padre hubiera estado mil veces mejor internado”.

·       “…si mamá, que en paz descanse, hubiera llegado a los extremos de tu padre, hubiese dejado de comer, me apuesto lo que quieras, antes moriría de hambre que hacérselo, date cuenta”.

·       “Por la memoria que te hizo papá te dieron la plaza de profesor”.

Como puede observarse, son un conjunto de “perlas” que muestran su ególatra soberbia y su clasismo, donde va dejando en evidencia a su marido y a la familia de este en comparación con la solvencia y clase de la suya.

 

Con respecto a su relación de pareja, también aflora su desacuerdo con la conducta de Mario, recriminándole determinadas actitudes y desconsideración con su esposa. Se infiere una relación matrimonial muy estructurada en los principios y roles que determinaban el compromiso marital de la época, donde la mujer, desde un segundo orden, cuida la casa asumiendo el servilismo a sus hijos y marido pero, en este caso y dada su clase, mediante una chica de servicio que le da prestigio social a ella. El marido, con su estatus social y su actividad profesional, es quien ha de colocar en el nivel adecuado a la familia, cosa que ella le recrimina a Mario por no haber respondido a las expectativas que se creó con el matrimonio. Es clarificador el argumento que expone para casarse con él, no se trata de amor, sino de lástima o de compasión, de otorgarle el privilegio de su ayuda y sostén para forjar una buena familia. He aquí algunas citas:

·       “ese chico me necesita” por ti, lógico, y ella, “nena, no confundas el amor con la compasión”, figúrate la pobre…”. Frases entresacadas de una conversación con una amiga a la que explica las causas por las que acepta su relación de noviazgo.

·       “…muchas poesías, pero para la novia la copla de siempre… amor mío y cariño”. Reprochándole que nunca le dedicó un poema de los que escribía.

·      “Estoy solo Carmen”, decía él en su depresión. “…¡Que enfermedad ni qué niño muerto! Los hombres os quejáis de vicio… que somos unas tontas pendientes de vosotros… Soberbios, que sois unos soberbios… que a ti te querría ver yo con mis jaquecones, eso es sufrir… Si me devolvieran el dinero de las medicinas me compraría un Seiscientos”. Comentario ante el sufrir de Mario en su depresión. El tema del Seiscientos es recurrente. Una de sus frustraciones básicas; una mujer de su estatus social debe tener al menos un Seiscientos.

·      “Mario eres culillo de mal asiento como tu hermano. El espíritu de la contradicción”.

·      “Que no conozco mujer que no haya influido menos en su marido que yo”.

La relación de pareja queda marcada por los roles imperantes de marido y mujer, pero donde no hay mucha comunicación, como puede desprenderse de sus reproches a Mario, tal vez por la diferencia en el nivel intelectual, posicionamiento político y concepción del modelo social.  En el proceso evolutivo del desarrollo de la pareja y de la individualidad de cada cual, no hay paralelismo, ya que ella sigue anclada a los principios incuestionables del régimen, mientras él sube al carro del proceso evolutivo que la sociedad inicia desde el mundo intelectual.

 

Sobre la fidelidad y la sexualidad emite algunos juicios interesantes, que la enmarcan en los principios que establecía y defendía la Sección femenina, encargada de conformar y adoctrinar a las mujeres en esos aspectos:

·      Ella es honesta, todos los hombres admiran su pechera, su “poitrine”, y presume de ello, sin embargo él es inexpresivo e indiferente a este encanto.

·      A ella no le importa el sexo, pero le duele que él no la busque en la cama, dejando de manifiesto que está en disposición de cumplir con sus obligaciones conyugales, tal como está establecido por la Santa Madre Iglesia. Además, es mujer apetecible, como demuestran otros hombres que la piropean y la desean, descalificando así al marido que no se siente estimulado por ella; si no hay sexo no es por su culpa sino porque él no la busca: “mira a Eliseo San Juan “qué buenas estás, qué buena estás”, le refiere a Mario remarcando sus encantos pero a la vez mostrando su férrea y fiel voluntad que la reafirma como mujer decente.   

·      “… mírame a mí, que no se me pasa ni por la imaginación… porque ocasiones, ya ves Eliseo San Juan, qué persecución la de ese hombre, “qué buena estás, qué buena estás, cada día estás más buena”.

·      “Las santas feas no tienen ningún mérito y, por tanto, no son tales santas”. En ese sentido, al considerarse atrayente y objeto de deseo, su resistencia a la tentación refuerza su virtud y honestidad.

·      “Cuando dos hermanos habitan el uno junto al otro y uno de los dos muere sin dejar hijos, la mujer del muerto no se casará con un extraño; su cuñado irá a ella y la tomará por mujer”. (Deuteronomio 25:5). “¡Ya decía yo! Desde el mismo día que mataron a Elviro, Encarna andaba tras de ti, Mario, eso no hay quien me lo saque de la cabeza”. Los celos sobre su concuñada Encarna, afloran en más de una ocasión, incluso apoyados en la propia Biblia.

·      “Dios me perdone, pero para mí que Encarna se la jugaba, ya ves tú, que Elviro era demasiado poco hombre para ella”. Sin embargo, en otro instante la define como marimacho.

·      En un momento dado, estando en la parada del Bus, su amigo de juventud, Paquito, la invita a subir a su auto, un flamante Tiburón con el que presume ante ella, y la conduce a un pinar donde detiene el coche para “conversar…”. Justifica su pasividad ante el beso que hubo en que Paquito, con su verborrea, la hipnotizó, además ampara el impulso del amigo en la socialmente aceptada poligamia de los hombres, sembrando la duda, incluso, sobre el mismo Mario: “los hombres sois polígamos”.

·      “No pasó nada con Paco, solo un beso y me abrazó, pero no pasó nada, te lo juro, pero mírame, no pasó nada, yo estaba como hipnotizada, pero él un caballero... Pero mira, por favor, Mario”, reiterando su exculpación…

 

La sociedad, para ella, es clasista y así lo va mostrando en su discurso reiteradamente, bien aludiendo al servicio, a los pobres, a los locos, incluso al hábito o forma de vestir.  Sobre el servicio reivindica la sumisión y el agradecimiento de la criada por estar acogida y alimentada en casa y critica sus conductas:

·      “Antes el servicio era más fácil… con veinte duros estabas arreglada… esa es otra conquista de “El Correo” de la que estaréis orgullosos, dichoso “Correo” que no sabe más que calentar la cabeza de los pobres y ya estás viendo los resultados, mil quinientas pesetas una criada… estas mujeronas están destrozando la vida de familia…los bares, los pantalones, van al cine a butacas como las señoras… a veces me da por pensar que estas son señales del fin del mundo y me da escalofríos”.

·      “Que si la bomba atómica pudiera distinguir y matase solo a los que no tienen principios, el mundo quedaría como una balsa de aceite”. Una terrible afirmación que muestra su talante.

·      “… porque emplear dinero en un manicomio nuevo es una sandez, Mario, convéncete, ¿es que no te das cuenta del derroche, de que es tirar el dinero? ¿qué sabrán esos desgraciados, borrico, si el edificio es nuevo o viejo, si hace frío o hace calor? Si estás en el manicomio es porque estás loco y si estás loco es porque no te enteras de nada”. Es su respuesta ante el apoyo de Mario, en “El Correo”, a la construcción de un manicomio nuevo.

·       “La caridad solo debe llegar donde no llega la justicia”.  Le recuerda el pataleo que se organizó en su conferencia, cuando Mario defendió ese argumento, siendo, para muchos de los asistentes, una frase disruptiva.

·      “A los intelectuales deberían prohibirles ir a la playa, que así tan flacos y eruditos, resultan más inmorales que un bikini”. Recordando un día de playa y a la vista de los cuerpos jóvenes y de Mario leyendo bajo la sombrilla.

·      “Critican la ropa que llevas, si vas como un obrero vestido te toman por obrero. El hábito no hace al monje pero ayuda”. Mario suele ir sin corbata, con jersey, y ella lo desaprueba.

·      “Si el talento no sirve para ganar dinero ya no es talento”. Una afirmación que la posiciona en el materialismo pragmático de una sociedad de ostentación, donde el dios dinero es el valor principal.

 

Sus comentarios sobre política y autoridad dejan de manifiesto un amplio anclaje de su adhesión a los principios absolutistas del régimen y lo va manifestando, a lo largo de sus monólogos, en forma de sentencia o axioma indiscutible:

·      “El mundo necesita disciplina y mano dura”.

·      “Para que un país marche, disciplina cuartelera”.

·      “… siempre ha de haber uno que diga esto se hace y esto no se hace y ahora todo el mundo a callar y obedecer, únicamente así pueden marchar las cosas”.

·      “No le hables a un muchacho de la guerra, Mario, y yo sé que la guerra es horrible, cariño, pero al fin y al cabo es oficio de valientes”.

·      “Te pegó por tu bien, como se hace a un niño para que aprenda”. Ante una infracción y la discusión con un guardia, este le dio un sopapo a Mario y ella le recrimina a él y da la razón al guardia.

·      “No me explico para qué piensan como si hubiera algo que arreglar, pero yo no sé de nada que esté estropeado”.  Alude a un comentario de su amigo Armando.

·      Entiende que, en su clase social, vale más pedir favores a las autoridades para conseguir, por ejemplo, el piso, que reunir los requisitos exigibles, es decir “bailarles al agua”, porque el nepotismo funciona en este sistema que premia a su gente y los atrapa con favores, por lo que si te es concedido el favor confirman que eres de los suyos y estás comprometido con la causa, cosa que él detesta.

 

En cuanto a la religión y la sumisión al credo católico, deja también, algunas consideraciones que merecen reflexión:

·      “… de los españoles… no hay país en el mundo que nos llegue a los talones… “máquinas, no; pero valores espirituales y decencia para exportar””.  “… que somos los más católicos del mundo y los más buenos…”.

·       “…lo que no se puede es enmendar la plana al Todopoderoso… ¿Es que también era mala la Inquisición, botarate?... el mundo necesita autoridad y mano dura…”, “es preciso callar y obedecer, siempre, toda la vida, a ojos cerrados, que buena perra habéis cogido con el diálogo…”.

·      “En España todos católicos a machamartillo… no como esos extranjerotes que ni se arrodillan para comulgar ni nada…”. “Todo esto de las playas y el turismo está organizado por la Masonería y el Comunismo para debilitar nuestras reservas morales.”

·      “Cáritas, por mucho que tú la defiendas, lo que ha hecho es impedirnos el trato directo con el pobre y la oración antes de óbolo, que yo recuerdo con mamá, antiguamente, rezaban (los pobres) con toda devoción y besaban la mano que los socorría”. He aquí una perla, en su opinión, sobre Cáritas y su intrusismo en el ejercicio individual de la caridad como acto reparador del alma.

 

Finalmente vemos algunas de sus apreciaciones sobre la educación y el saber, sobre los libros y la necesidad de desarrollo académico e intelectual de la mujer y el rechazo al mundo de la intelectualidad, para concluir con una singular descripción del ideal de la feminidad.  

·      “La instrucción, en el colegio; la educación, en casa”.    

·      “Mira Mario, veintidós años y todo el día de Dios leyendo o pensando, y leer y pensar es malo, cariño, convéncete…”  “… la mayor parte de los chicos son hoy medio rojos, que yo no sé lo que pasa, que tienen la cabeza loca, llena de ideas estrambóticas sobre la libertad y el diálogo y esas cosas de que hablan ellos”.

·      Sobre su hijo Mario: “...el día que le oí defender el estado laico casi me desmayo”.

·      “… por nada del mundo quisiera tener un hijo intelectual, una desgracia así, antes que Dios se lo lleve, fíjate”.

·      “Tanto librote si no son más que almacenes de polvo como yo digo”.

·      “Eso sí para libros siempre había dinero, en cambio un Seiscientos, ya ves que cosa más tonta, un lujo”.

·      “Los hijos mientras estén conmigo han de pensar como yo mande”.

·      “¿Para qué va a estudiar una mujer? Una mujer que va a la universidad es un marimacho, sin femineidad”.

·      “Saber pisar, saber mirar y saber sonreír, no cabe resumir el ideal de la feminidad en menos palabras”.

 

Concluyo mis alusiones al contenido de su monólogo con esta parte final, donde ella le refiere que, sin decirle nada a él, tomó una cuartilla escrita de su puño y letra y la entregó a la grafóloga del periódico, para someterla a su experta opinión, con objeto de establecer su perfil personal:

“…y no es que lo diga yo, que ya lo dijo, y bien claro, Gardenia, ¿recuerdas?, la grafóloga que hubo en «El Correo» antes de venir don Nicolás, cuando «El Correo» se podía leer, que daba gusto, pues la mandé una cuartilla tuya sin que lo supieras, y te retrató… la misma Valen, ya ves, «hija, es que le retrata», tronchada, y venga de leerlo, «perseverante, idealista y poco práctico; alimenta ilusiones desproporcionadas», ¿qué te parece?, tú pon testarudo, donde dice «perseverante», iluso donde dice «idealista» y holgazán donde pone «poco práctico» y tendrás tu ficha completa…”.

Si mutamos los calificativos por los que ella propone, su perfil quedaría así: “testarudo, iluso y holgazán; alimenta ilusiones desproporcionadas”. Es un buen resumen de lo que ella piensa de Mario.

Indudablemente, la obra está cargada de una fina ironía crítica, de ingenio y sagacidad, que revierte el contenido de los monólogos de Carmen haciendo de Mario un buen hombre, como ya se ha referido. Es una novela que te otorga gran libertad interpretativa. Incluso una segunda lectura, al cabo de un tiempo, te permite detectar nuevos matices no percibidos antes. Tal vez, esos matices, no estén tanto en la novela como en el cambio perceptivo del propio lector que, a lo largo de los años, ha ido mutando en su personal proceso evolutivo, modificando los esquemas y su posicionamiento con respeto a la temática que nos muestra el libro. En mi caso, la lectura primera, allá por finales de la década de los sesenta, si no recuerdo mal, significó un latigazo emocional para un joven que se iniciaba en los nuevos pensamientos sociales y políticos, pues confrontaba los principios y valores que sustentaban el viejo sistema con la nueva concepción de los tiempos, mas el impacto no era por lo que decía, sino por cómo lo decía y quién lo decía, ridiculizando al régimen a través de una línea argumental inconsistente elaborada por una incondicional, lo que en sí mismo significaba una transgresión del ayer para romper con ese anacrónico pasado. Ello me desvió aún más de cualquier argumento que hilvanara al sistema político imperante. Hoy, en esta lectura desde el sosiego crítico, me deleito y, desde la distancia cronológica, resulta desvestida de las emociones puntuales que viví en aquella ocasión, para otorgarle el valor que se desprende de una madurez personal que condiciona y cualifica la percepción y el análisis de la obra en su componente histórico. A esto, en cierto sentido, me refería con la alusión a la frase de Joshep Conrad: “…De la otra mitad del libro debe ocuparse el lector”. Pero el lector de hace cincuenta años ya no es el mismo lector que ahora y la obra tampoco es la misma, al menos en lo referente al aspecto interpretativo de ese lector. En todo caso, será interesante, querido lector, cómo escribes tú esa segunda parte que te corresponde cuando leas la novela.