El ingenio y la ironía para expresar lo prohibido sorteando la censura.
Autor: Antonio Porras Cabrera
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España,
tras la derrota en la contienda mundial de los aliados y valedores del régimen,
queda internacionalmente aislada. El dictador se siente inseguro y encuentra en
los EE. UU. de América un nuevo valedor a cambio de un acuerdo para instalar en
el país bases militares norteamericanas, en plena guerra fría, con el objetivo
de neutralizar el poderío militar y la influencia comunista de la URRS, su
enemigo común, lo que conlleva cierta apertura para una moderada o simbólica adaptación
al nuevo orden mundial. Se consigue, en parte, con la entrada en la
Organización de las Naciones Unidas en diciembre de 1955, lo que da cierta
aceptación internacional al régimen.
A finales
de los años cincuenta ya empiezan a aflorar considerables brotes de disidencia
política y una clara tendencia, de gran parte del mundo intelectual, a
confrontar con el régimen, incrementándose a lo largo de los años sesenta. La
censura, en manos del clero y, sobre todo, de ideólogos inconsistentes del
sistema político, pasa de la mano férrea a ser más condescendiente rayando, en
ocasiones, en lo absurdo. En cierto sentido despertaba la agudeza de escritores
y cineastas para conseguir burlarla, dándose situaciones verdaderamente cómicas
por la insolvencia y obstinación del censor. Estamos, pues, en un contexto
dinámico aunque muy sometido al absolutismo dictatorial del régimen, que sigue
sustentándose, en su esencia, en los principios fundamentales del Movimiento
Nacional.
En este
contexto, Miguel Delibes empieza a desarrollar su obra. De hecho, tras contraer
matrimonio con Ángeles de Castro (1946), inicia su carrera literaria y,
posteriormente, ejerce el periodismo en el diario El Norte de Castilla, del que
es nombrado Subdirector en 1952. En esa etapa comienza una amplia producción,
llegando a publicar, prácticamente, cada año una nueva obra: Mi idolatrado hijo
Sisí (1953), La partida (1954), Diario de un cazador (1955), Un novelista
descubre América (1956), Siestas con viento sur (1957), Diario de un emigrante
(1958), La hoja roja (1959), etc.
Tal vez su
consagración definitiva en la narrativa española de posguerra la consiguió con
la publicación de El camino (1950), donde narra el proceso que sufre un niño
(Daniel) en el descubrimiento de la vida y su infantil experiencia, en un
tránsito del campo a la ciudad, a la que ha de marchar para estudiar bachiller
por orden de su padre, en contra de su deseo. Como curiosidad destacamos que el
año en que nació su hija de nombre, precisamente, Camino, se llevó su novela a la
pantalla.
Volviendo
al contexto político y social, en ciertas esferas de la intelectualidad existe
la convicción y el propósito de usar la literatura como un instrumento donde,
el narrador, es el testigo que denuncia la pobreza y la injusticia que domina
en los barrios bajos y las regiones más pobres y miserables de España, lo que provoca
la acción controladora del censor para neutralizar ese discurso disidente, muy
contrario al oficial sustentado desde los poderes del Estado. La situación de
represión y control de la libertad expresiva daba mayor justificación a un modo
realista de la narrativa, adquiriendo, esta, una función documental,
informativa y difusora de la realidad social que pretendía encubrir el régimen.
Esta objetiva misión del compromiso literario se sustenta en la convicción de
que a la novela corresponde informar, objetivamente, acerca de una realidad silenciada
por la prensa oficial.
En este
sentido, en su obra, podemos vislumbrar un compromiso ético con los valores
humanos, la autenticidad y la justicia social. Es un ejemplo de ingeniosa disidencia,
a pesar de haberse incorporado voluntario a las filas nacionales para combatir
en la guerra civil. Lo que le lleva, en algunas ocasiones, a confrontar
con los censores, desarrollando el arte de burlar la censura. No obstante, al considerarse
un hombre del sistema, cuanta con amigos dentro de ese ámbito, que le permite
obtener con facilidad el visto bueno a sus obras, al no ser sospechoso de rojo
disidente, lo que no le exime de tener algún que otro encontronazo con ella,
como ocurrió ya en 1949 por su obra “Aún es de día”, dificultad extensible al
ejercicio de su Cátedra de Historia al explicar la guerra civil a sus alumnos. De
hecho, sus enfrentamientos con la censura se volvieron cada vez más directos y
frecuentes, situación que supo canalizar adecuadamente manteniendo el espíritu
de su creatividad. Su responsabilidad en el diario también le ocasionó algún
quebradero de cabeza.
Por tanto,
no es Delibes un autor activo en la abierta confrontación con el régimen,
manteniendo su estatus social y su prestigio dentro del mismo, lo que no quiere
decir que, a su manera, no sea crítico con él, pues no es impermeable al
ambiente de la época y a las novedades que se van imponiendo. En su propia
producción va implícita esa crítica a través de la cruda exposición de una
realidad que, por sí misma, deja de manifiesto la injusticia y el despropósito
ideológico del régimen. Sin alinearse explícitamente con la corriente
neorrealista o el objetivismo narrativo, publica en 1966 Cinco horas con Mario,
una novela prodigiosa y renovadora, que sorprende y deja admirados a los
críticos, ya que ofrece un realista retrato en negativo de la época, contando
con el amplio conocimiento de una sociedad donde Delibes se movía a la
perfección. Fernando Morán, en 1971, se refería a Cinco horas con Mario como la
más bella y más terrible novela española de las dos últimas décadas.
La novela
en sí, muestra una originalidad sorprendente, ya que rompe con el estilo
clásico narrativo para ubicarnos en una situación singular, donde, casi todo,
se muestra a través de los monólogos de Carmen, la esposa de Mario, que
permanece junto al féretro durante toda la noche, cumpliendo con su deber de
esposa, ya viuda, que acompaña a su marido en el tránsito final.
A lo largo
de sus monólogos, Carmen muestra la vivencia íntima de una realidad de vida, en
muchos aspectos frustrante, donde va repasando la relación con Mario desde el
mismo momento en que comienzan sus primeros flirteos amorosos, enmarcada en una
sociedad sometida a condicionantes políticos y religiosos que son la argamasa
que sustenta al sistema. En su discurso prevalecen las sentencias y la
exposición de ideas conforme a los principios y valores que defiende el
régimen. Machacona y reiteradamente, va juzgando la vida de su esposo,
echándole en cara todo aquello que la llevó a la frustración, recriminándole o
afeándole sus conductas disidentes o, al menos, no muy afines al poder
establecido. El monólogo, expresado con cierta vulgaridad, propia de una mujer
de escaso nivel cultural, usa un sentido directo de expresión orientado hacia
Mario, donde, desde su sentimiento de víctima entregada, conjuga la actitud
maternal de esposa sacrificada y dedicada a la familia, o el de madre solícita
y exigente con sus hijos y respetuosa con el marido, con un proceder donde
lanza puyas y reprocha al esposo por su actitud en casi todos los aspectos de
la vida y la relación marital. Su crítica podría simbolizar el Juicio de Dios
ante la muerte del creyente, arrogándose ella el título de jueza, que ejerce su
función al amparo de la ley y el orden del nacionalcatolicismo, donde se
enmarca su propio credo y su lealtad al régimen.
El monólogo
de Carmen es un perfecto reflejo de los valores, principios y creencias en que
se apoyaba el sistema político del franquismo, que incluye la retórica oficial
propagada por los medios de difusión, bien sean la radio, la televisión o la
prensa en un intento de preservar y consolidar el régimen; en este caso
mediante una estructura verbal donde sus fórmulas son las consignas y los
eslóganes que pretenden el adoctrinamiento del pueblo. Carmen, que se
identifica con el sistema, usa esas sentencias y eslóganes como base argumental
dada su carencia de criterio y pensamiento crítico. La lógica que sustenta su
discurso no tiene soporte racional sino, más bien, sentimental y de lealtad a
los mensajes y consignas del régimen, donde exalta los valores y bondades del
sistema y el deseo de conservarlo.
Tal vez
aquí esté la habilidad de Delibes para presentar situaciones y diatribas
complejas desvestidas de la agresión de un discurso crítico directo, dándole al
lector un papel determinante para que sea él quien saque sus propias
conclusiones al leer los monólogos de Carmen, que hace un amplio recorrido por
todos aquellos aspectos que condicionaron sus vidas y relación. La sutileza y
complejidad de la novela tiene su base en la ironía, mediante la cual el autor
nos presenta, a través del discurso de la esposa, el retrato en negativo de
Mario, que el lector, al interpretarlo, lo convertirá en positivo, quedando de
manifiesto que Mario es un hombre de principios cuya esencial preocupación es
la igualdad y la justicia entre los seres humanos. El monólogo de Carmen, a
través de esa ironía, invierte el sentido de su discurso y, el lector crítico
con los ideales franquistas, acaba proyectándose en Mario como personaje. No
obstante, el discurso se sitúa en un nivel de ambivalencia que permite una
interpretación y la contraria, de ahí que el censor diera su visto bueno
entendiendo que Carmen, de forma magistral, daba una lección sobre la ética y
moral del régimen a un marido díscolo y embarcado en peligrosas empresas. Por
tanto, en esta ambivalencia, para unos puede significar un rapapolvo al esposo
descarriado, mientras que para otros será la ridiculización del pensamiento y
los ideales del régimen.
Joseph
Conrad, el escritor polaco afincado en Inglaterra a finales del S. XIX,
sostiene que “el autor solo escribe la mitad de un libro. De la otra mitad debe
ocuparse el lector”; o sea, que el sentido final del mensaje que transmite el
autor está condicionado por la decodificación que ejerza el lector según su
criterio respecto al mensaje y, cómo no, su nivel intelectual. En este caso,
dado el contenido ideológico y los cuestionables valores y principios del
sistema político, cabe aplicar con total rotundidad ese apotegma. Hasta tal
punto que, según sea el lector de la novela, tendrá más o menos consistencia la
argumentación de los monólogos. Este es uno de los factores más llamativos de
esta obra, que tiene la habilidad de expresar un panegírico, por boca de Carmen,
que pudiera ser interpretado como acertado para los adeptos al régimen y un
dislate para los críticos con el mismo, como ya se ha referido.
Carmen es
una mujer altiva y egocéntrica que se preocupaba por su aspecto y presencia,
pero, como mujer que presume de casta y honesta, no abusa de potingues para
resaltar su belleza, sino que se apoya en los encantos que la naturaleza le
otorgó. Es bastante reiterativa la
referencia a su “poitrine”, término francés aplicado al busto, pero
especialmente, en este caso, a los pechos. Por ello los hombres la miran y
piropean, lo que refuerza su valor como mujer virtuosa y fiel a su marido. La
mujer ha de despertar deseo en el hombre, para, a través de resistir la
tentación, confirmar su virtud… “las
santas feas no tienen ningún mérito y, por tanto, no son tales santas”, expresa
en uno de sus monólogos.
Por otro
lado, al ser mujer y sin estudios, no tenía voz ni voto en su familia. Sin
embargo, Mario era un intelectual, un catedrático de instituto, además de
escritor y reconocido periodista, que se preocupaba de asuntos del intelecto,
más allá de lo meramente material. He ahí una de sus frustraciones al no haber
conseguido el estatus quo que ella debería disfrutar como esposa del
catedrático; la vivienda es pequeña, no tienen coche, el marido va en bicicleta
y no vestido en consonancia con su rol, etc. Comparativamente, para ella, su
familia es de más alcurnia que la de Mario, cuyo padre era prestamista y de
estirpe más vulgar. En el fondo se casó con él porque lo vio tan poquita cosa
que se dijo, en un acto de soberbia: “este
chico me necesita”.
La novela
se inicia con la familia en la casa y el féretro expuesto, recibiendo las
condolencias de los amigos y conocidos que acuden ante la inesperada tragedia.
Carmen, en un estado casi de sopor, va viendo pasar a los visitantes mientras
le muestran su pesar por tan importante pérdida, a la par que el narrador los
va presentando y describiendo. Sobresale la escena de su concuñada Encarna, viuda
del hermano de Mario, exteriorizando en exceso su dolor y despertando en Carmen
los celos que ya albergaba por la relación que esta mantenía con su marido tras
la muerte de Elviro...“parecía que la
viuda fuera ella”, le dice al ya ausente Mario.
A lo largo
de la obra Carmen toca casi todos los palos y habla de la familia, de la relación
de pareja, de fidelidades y sexualidad, de su visión clasista de la sociedad,
de religión y política, de educación de los hijos, del amor y del rol de la
mujer en un contexto de virtuosa honestidad y entrega a la familia, y va
dejando perlas que puntualizan su posicionamiento e ideas respecto a la vida,
la ética y moral, la obediencia y sumisión al sistema. Veamos algunas:
Con
relación a la familia plantea claramente la diferencia entre la propia y la de
Mario, realzando la suya y denostando o descalificando a la de su marido. Exalta
la sabiduría y competencia de su padre; así como alude, sistemáticamente, al
buen criterio de su madre, mujer ejemplar que siempre la cubrió de buenos
consejos. Sin embargo describe la parte negativa de la familia de Mario, donde
su hermana no tiene mucho atractivo y es roñosa, como su padre; aludiendo a su
cuñada como un marimacho que zarandeaba a su padre como si fuera un niño chico,
cuando lo cuidaba por estar imposibilitado, y se lo hacía todo encima… lo que
le sirve como excusa a Carmen Sotillo para no implicarse en el cuidado del
suegro, con Encarna bastaba y sobraba; en este caso pone también como ejemplo a
su madre que, antes de llegar a ese extremo, hubiera dejado de alimentarse para
morir y no pasar por esa vergüenza. De su fallecido hermano Elviro dice que era
poco hombre para Encarna y además con ideas izquierdosas. Sin embargo, casi no
alude a su hermana que marchó con un pintor deshonrando a la familia, lo que
significó un gran dolor para su madre del que, de alguna forma, ella asume la
reparación con su conducta ejemplar; de hecho ella también fue objeto de deseo
del pintor italiano, pero no le dio pie a extralimitarse, dada su honesta
integridad. En el fondo subyace un
frustrado deseo de vivir la aventura de su hermana, pero ella solo se atreve a
un beso de Paco que la hechizó con su coche y su porte, quedando, por tanto,
exonerada de culpa y de pecado. Veamos algunas de las frases que merecen
atención sobre este aspecto:
·
“Tu hermana no
tiene mucho atractivo… y además es roñosa, como tu padre…”.
·
“¿Te
imaginas un Sotillo en mono? Que me aspen si te entiendo… que la vocación es
muy respetable, de acuerdo, pero hay vocaciones para pobres y vocaciones para
gente bien, cada uno en su clase…”. En respuesta a cuando Mario
comenta que si los hijos no quieren estudiar que trabajen con las manos.
·
“…tu cuñada,
cariño, es que es un marimacho”. Aludiendo a Encarna, la cuñada viuda de
Elviro, hermano de Mario.
·
“…zarandeando
a tu padre! Como un niño chico, Mario, no digas, lo traía y lo llevaba y,
luego, como él no notaba la necesidad, qué olores, hijo mío, no salían ni con
ozonopino, que estaba aquella casa como una cochiquera”.
·
“…y todavía
tú que iba poco, y ¿a qué iba yo a ir si puede saberse? Con Encarna bastaba y
sobraba”.
·
“…yo pienso
que tu padre hubiera estado mil veces mejor internado”.
·
“…si mamá,
que en paz descanse, hubiera llegado a los extremos de tu padre, hubiese dejado
de comer, me apuesto lo que quieras, antes moriría de hambre que hacérselo,
date cuenta”.
·
“Por la
memoria que te hizo papá te dieron la plaza de profesor”.
Como puede
observarse, son un conjunto de “perlas” que muestran su ególatra soberbia y su
clasismo, donde va dejando en evidencia a su marido y a la familia de este en
comparación con la solvencia y clase de la suya.
Con
respecto a su relación de pareja, también aflora su desacuerdo con la conducta
de Mario, recriminándole determinadas actitudes y desconsideración con su
esposa. Se infiere una relación matrimonial muy estructurada en los principios
y roles que determinaban el compromiso marital de la época, donde la mujer,
desde un segundo orden, cuida la casa asumiendo el servilismo a sus hijos y
marido pero, en este caso y dada su clase, mediante una chica de servicio que
le da prestigio social a ella. El marido, con su estatus social y su actividad
profesional, es quien ha de colocar en el nivel adecuado a la familia, cosa que
ella le recrimina a Mario por no haber respondido a las expectativas que se
creó con el matrimonio. Es clarificador el argumento que expone para casarse
con él, no se trata de amor, sino de lástima o de compasión, de otorgarle el
privilegio de su ayuda y sostén para forjar una buena familia. He aquí algunas
citas:
·
“ese chico me necesita” por ti, lógico, y
ella, “nena, no confundas el amor con la compasión”, figúrate la pobre…”.
Frases entresacadas de una conversación con una amiga a la que explica las
causas por las que acepta su relación de noviazgo.
·
“…muchas poesías, pero para la novia la copla
de siempre… amor mío y cariño”. Reprochándole que nunca le dedicó
un poema de los que escribía.
·
“Estoy solo
Carmen”, decía él en su depresión. “…¡Que enfermedad ni qué niño muerto! Los hombres os quejáis de vicio…
que somos unas tontas pendientes de vosotros… Soberbios, que sois unos
soberbios… que a ti te querría ver yo con mis jaquecones, eso es sufrir… Si me
devolvieran el dinero de las medicinas me compraría un Seiscientos”. Comentario
ante el sufrir de Mario en su depresión. El tema del Seiscientos es recurrente.
Una de sus frustraciones básicas; una mujer de su estatus social debe tener al
menos un Seiscientos.
·
“Mario eres
culillo de mal asiento como tu hermano. El espíritu de la contradicción”.
·
“Que no
conozco mujer que no haya influido menos en su marido que yo”.
La relación
de pareja queda marcada por los roles imperantes de marido y mujer, pero donde
no hay mucha comunicación, como puede desprenderse de sus reproches a Mario,
tal vez por la diferencia en el nivel intelectual, posicionamiento político y
concepción del modelo social. En el
proceso evolutivo del desarrollo de la pareja y de la individualidad de cada
cual, no hay paralelismo, ya que ella sigue anclada a los principios
incuestionables del régimen, mientras él sube al carro del proceso evolutivo
que la sociedad inicia desde el mundo intelectual.
Sobre la
fidelidad y la sexualidad emite algunos juicios interesantes, que la enmarcan
en los principios que establecía y defendía la Sección femenina, encargada de conformar
y adoctrinar a las mujeres en esos aspectos:
·
Ella es honesta, todos los hombres admiran su pechera,
su “poitrine”, y presume de ello, sin embargo él es inexpresivo e indiferente a
este encanto.
·
A ella no le importa el sexo, pero le duele que él no
la busque en la cama, dejando de manifiesto que está en disposición de cumplir
con sus obligaciones conyugales, tal como está establecido por la Santa Madre
Iglesia. Además, es mujer apetecible, como demuestran otros hombres que la
piropean y la desean, descalificando así al marido que no se siente estimulado
por ella; si no hay sexo no es por su culpa sino porque él no la busca: “mira a Eliseo San Juan “qué buenas estás,
qué buena estás”, le refiere a Mario remarcando sus encantos pero a la vez
mostrando su férrea y fiel voluntad que la reafirma como mujer decente.
·
“… mírame a
mí, que no se me pasa ni por la imaginación… porque ocasiones, ya ves Eliseo
San Juan, qué persecución la de ese hombre, “qué buena estás, qué buena estás,
cada día estás más buena”.
·
“Las santas
feas no tienen ningún mérito y, por tanto, no son tales santas”. En ese
sentido, al considerarse atrayente y objeto de deseo, su resistencia a la
tentación refuerza su virtud y honestidad.
·
“Cuando dos
hermanos habitan el uno junto al otro y uno de los dos muere sin dejar hijos,
la mujer del muerto no se casará con un extraño; su cuñado irá a ella y la
tomará por mujer”. (Deuteronomio 25:5).
“¡Ya decía yo! Desde el mismo día que mataron a Elviro, Encarna andaba tras de
ti, Mario, eso no hay quien me lo saque de la cabeza”. Los celos sobre su
concuñada Encarna, afloran en más de una ocasión, incluso apoyados en la propia
Biblia.
·
“Dios me
perdone, pero para mí que Encarna se la jugaba, ya ves tú, que Elviro era
demasiado poco hombre para ella”. Sin embargo, en otro instante la
define como marimacho.
·
En un momento dado, estando en la parada del Bus, su
amigo de juventud, Paquito, la invita a subir a su auto, un flamante Tiburón con
el que presume ante ella, y la conduce a un pinar donde detiene el coche para “conversar…”.
Justifica su pasividad ante el beso que hubo en que Paquito, con su verborrea, la
hipnotizó, además ampara el impulso del amigo en la socialmente aceptada
poligamia de los hombres, sembrando la duda, incluso, sobre el mismo Mario: “los hombres sois polígamos”.
·
“No pasó
nada con Paco, solo un beso y me abrazó, pero no pasó nada, te lo juro, pero
mírame, no pasó nada, yo estaba como hipnotizada, pero él un caballero... Pero
mira, por favor, Mario”, reiterando su exculpación…
La sociedad,
para ella, es clasista y así lo va mostrando en su discurso reiteradamente,
bien aludiendo al servicio, a los pobres, a los locos, incluso al hábito o
forma de vestir. Sobre el servicio
reivindica la sumisión y el agradecimiento de la criada por estar acogida y
alimentada en casa y critica sus conductas:
·
“Antes el
servicio era más fácil… con veinte duros estabas arreglada… esa es otra
conquista de “El Correo” de la que estaréis orgullosos, dichoso “Correo” que no
sabe más que calentar la cabeza de los pobres y ya estás viendo los resultados,
mil quinientas pesetas una criada… estas mujeronas están destrozando la vida de
familia…los bares, los pantalones, van al cine a butacas como las señoras… a
veces me da por pensar que estas son señales del fin del mundo y me da
escalofríos”.
·
“Que si la
bomba atómica pudiera distinguir y matase solo a los que no tienen principios,
el mundo quedaría como una balsa de aceite”. Una terrible afirmación que
muestra su talante.
·
“… porque
emplear dinero en un manicomio nuevo es una sandez, Mario, convéncete, ¿es que
no te das cuenta del derroche, de que es tirar el dinero? ¿qué sabrán esos
desgraciados, borrico, si el edificio es nuevo o viejo, si hace frío o hace
calor? Si estás en el manicomio es porque estás loco y si estás loco es porque
no te enteras de nada”. Es su respuesta ante el apoyo de Mario, en “El Correo”,
a la construcción de un manicomio nuevo.
·
“La caridad solo debe llegar donde no llega
la justicia”. Le recuerda el pataleo
que se organizó en su conferencia, cuando Mario defendió ese argumento, siendo,
para muchos de los asistentes, una frase disruptiva.
·
“A los
intelectuales deberían prohibirles ir a la playa, que así tan flacos y
eruditos, resultan más inmorales que un bikini”. Recordando
un día de playa y a la vista de los cuerpos jóvenes y de Mario leyendo bajo la
sombrilla.
·
“Critican
la ropa que llevas, si vas como un obrero vestido te toman por obrero. El
hábito no hace al monje pero ayuda”. Mario suele ir sin corbata, con
jersey, y ella lo desaprueba.
·
“Si el
talento no sirve para ganar dinero ya no es talento”. Una
afirmación que la posiciona en el materialismo pragmático de una sociedad de
ostentación, donde el dios dinero es el valor principal.
Sus
comentarios sobre política y autoridad dejan de manifiesto un amplio anclaje de
su adhesión a los principios absolutistas del régimen y lo va manifestando, a
lo largo de sus monólogos, en forma de sentencia o axioma indiscutible:
·
“El mundo
necesita disciplina y mano dura”.
·
“Para que
un país marche, disciplina cuartelera”.
·
“… siempre
ha de haber uno que diga esto se hace y esto no se hace y ahora todo el mundo a
callar y obedecer, únicamente así pueden marchar las cosas”.
·
“No le
hables a un muchacho de la guerra, Mario, y yo sé que la guerra es horrible,
cariño, pero al fin y al cabo es oficio de valientes”.
·
“Te pegó
por tu bien, como se hace a un niño para que aprenda”. Ante una
infracción y la discusión con un guardia, este le dio un sopapo a Mario y ella le
recrimina a él y da la razón al guardia.
·
“No me
explico para qué piensan como si hubiera algo que arreglar, pero yo no sé de
nada que esté estropeado”. Alude a un comentario de su amigo
Armando.
·
Entiende que, en su clase social, vale más pedir
favores a las autoridades para conseguir, por ejemplo, el piso, que reunir los
requisitos exigibles, es decir “bailarles
al agua”, porque el nepotismo funciona en este sistema que premia a su
gente y los atrapa con favores, por lo que si te es concedido el favor
confirman que eres de los suyos y estás comprometido con la causa, cosa que él
detesta.
En cuanto a
la religión y la sumisión al credo católico, deja también, algunas
consideraciones que merecen reflexión:
·
“… de los
españoles… no hay país en el mundo que nos llegue a los talones… “máquinas, no;
pero valores espirituales y decencia para exportar””. “… que somos los más católicos del mundo y
los más buenos…”.
·
“…lo que no se puede es enmendar la plana al
Todopoderoso… ¿Es que también era mala la Inquisición, botarate?... el mundo
necesita autoridad y mano dura…”, “es preciso callar y obedecer, siempre, toda
la vida, a ojos cerrados, que buena perra habéis cogido con el diálogo…”.
·
“En España
todos católicos a machamartillo… no como esos extranjerotes que ni se
arrodillan para comulgar ni nada…”. “Todo esto de las playas y el turismo está
organizado por la Masonería y el Comunismo para debilitar nuestras reservas
morales.”
·
“Cáritas,
por mucho que tú la defiendas, lo que ha hecho es impedirnos el trato directo
con el pobre y la oración antes de óbolo, que yo recuerdo con mamá,
antiguamente, rezaban (los pobres) con toda devoción y besaban la mano que los
socorría”. He aquí una perla, en su opinión, sobre Cáritas y su
intrusismo en el ejercicio individual de la caridad como acto reparador del
alma.
Finalmente
vemos algunas de sus apreciaciones sobre la educación y el saber, sobre los
libros y la necesidad de desarrollo académico e intelectual de la mujer y el
rechazo al mundo de la intelectualidad, para concluir con una singular
descripción del ideal de la feminidad.
·
“La
instrucción, en el colegio; la educación, en casa”.
·
“Mira
Mario, veintidós años y todo el día de Dios leyendo o pensando, y leer y pensar
es malo, cariño, convéncete…” “… la
mayor parte de los chicos son hoy medio rojos, que yo no sé lo que pasa, que
tienen la cabeza loca, llena de ideas estrambóticas sobre la libertad y el
diálogo y esas cosas de que hablan ellos”.
·
Sobre su hijo Mario:
“...el día que le oí defender el estado laico casi me desmayo”.
·
“… por nada
del mundo quisiera tener un hijo intelectual, una desgracia así, antes que Dios
se lo lleve, fíjate”.
·
“Tanto
librote si no son más que almacenes de polvo como yo digo”.
·
“Eso sí
para libros siempre había dinero, en cambio un Seiscientos, ya ves que cosa más
tonta, un lujo”.
·
“Los hijos
mientras estén conmigo han de pensar como yo mande”.
·
“¿Para qué
va a estudiar una mujer? Una mujer que va a la universidad es un marimacho, sin
femineidad”.
·
“Saber
pisar, saber mirar y saber sonreír, no cabe resumir el ideal de la feminidad en
menos palabras”.
Concluyo mis alusiones al contenido de su monólogo con
esta parte final, donde ella le refiere que, sin decirle nada a él, tomó una
cuartilla escrita de su puño y letra y la entregó a la grafóloga del periódico,
para someterla a su experta opinión, con objeto de establecer su perfil
personal:
“…y no es que lo diga
yo, que ya lo dijo, y bien claro, Gardenia, ¿recuerdas?, la grafóloga que hubo
en «El Correo» antes de venir don Nicolás, cuando «El Correo» se podía leer,
que daba gusto, pues la mandé una cuartilla tuya sin que lo supieras, y te
retrató… la misma Valen, ya ves, «hija, es que le retrata», tronchada, y venga
de leerlo, «perseverante, idealista y poco práctico; alimenta ilusiones
desproporcionadas», ¿qué te parece?, tú pon testarudo, donde dice
«perseverante», iluso donde dice «idealista» y holgazán donde pone «poco práctico»
y tendrás tu ficha completa…”.
Si mutamos
los calificativos por los que ella propone, su perfil quedaría así: “testarudo,
iluso y holgazán; alimenta ilusiones desproporcionadas”. Es un buen resumen de
lo que ella piensa de Mario.
Indudablemente,
la obra está cargada de una fina ironía crítica, de ingenio y sagacidad, que
revierte el contenido de los monólogos de Carmen haciendo de Mario un buen
hombre, como ya se ha referido. Es una novela que te otorga gran libertad interpretativa.
Incluso una segunda lectura, al cabo de un tiempo, te permite detectar nuevos
matices no percibidos antes. Tal vez, esos matices, no estén tanto en la novela
como en el cambio perceptivo del propio lector que, a lo largo de los años, ha
ido mutando en su personal proceso evolutivo, modificando los esquemas y su
posicionamiento con respeto a la temática que nos muestra el libro. En mi caso,
la lectura primera, allá por finales de la década de los sesenta, si no
recuerdo mal, significó un latigazo emocional para un joven que se iniciaba en
los nuevos pensamientos sociales y políticos, pues confrontaba los principios y
valores que sustentaban el viejo sistema con la nueva concepción de los
tiempos, mas el impacto no era por lo que decía, sino por cómo lo decía y quién
lo decía, ridiculizando al régimen a través de una línea argumental inconsistente
elaborada por una incondicional, lo que en sí mismo significaba una
transgresión del ayer para romper con ese anacrónico pasado. Ello me desvió aún
más de cualquier argumento que hilvanara al sistema político imperante. Hoy, en
esta lectura desde el sosiego crítico, me deleito y, desde la distancia
cronológica, resulta desvestida de las emociones puntuales que viví en aquella
ocasión, para otorgarle el valor que se desprende de una madurez personal que
condiciona y cualifica la percepción y el análisis de la obra en su componente
histórico. A esto, en cierto sentido, me refería con la alusión a la frase de
Joshep Conrad: “…De la otra mitad del
libro debe ocuparse el lector”. Pero el lector de hace cincuenta años ya no
es el mismo lector que ahora y la obra tampoco es la misma, al menos en lo
referente al aspecto interpretativo de ese lector. En todo caso, será
interesante, querido lector, cómo escribes tú esa segunda parte que te
corresponde cuando leas la novela.