Volvemos a retomar la actividad
excursionista, tras el verano, y los asociados y amigos de ASPROJUMA nos
incorporamos al disfrute y deleite del viajar con mesura, eso sí. El jueves día
28 fuimos a Arcos de la Frontera, viaje aplazado por motivos de la ola de calor
en junio. Al llegar nos encontramos que estaban con la feria de San Miguel,
patrón de la localidad.
Arcos, por su ubicación estratégica, siempre
fue un enclave codiciado. Lo fue por los romanos, los árabes y luego los
cristianos. El apelativo de “la Frontera” se le otorgaba a las villas que
marcaban el límite entre los reinos musulmanes y cristianos, por lo que, al ir
evolucionando el proceso de conquista, esta se iba desplazando conforme
avanzaba la misma, pero dejando el calificativo a la villa (Arcos, Jerez,
Castellar, Chiclana, Conil, Vejer, Jimena, Cortes, Aguilar, Morón, etc.
ostentan ese apellido “de la Frontera”) estos pueblos estaban sometidos a la
beligerancia de los enemigos, a razias, incursiones y ataques que requerían unas
defensas, por lo que en su mayoría quedan restos de la misma, bien como
fortaleza militar o muralla protectora. Llegó a convertirse en el siglo XI, en
un pequeño reino de Taifa bajo el dominio de Ben Jazrum, rey de origen beréber,
siendo conquistada por el rey Alfonso X en el siglo XIII para Castilla.
El caso de Arcos es de más fácil
fortificación, al estar ubicado junto a un tajo de 95 metros sobre el río
Guadalete, aquel donde D. Rodrigo fue vencido por el invasor africano en el 711
de nuestra era. La batalla del Guadalete, con todas sus controversias de
localización, la ubica Sánchez Albornoz, junto a la fuente termal del Cortijo
de Casablanca, a 7 km al sur de Arcos de la Frontera.
Pero volvamos al tema. Arcos forma parte de
la Ruta de los pueblos blancos y está considerado Conjunto Histórico-Artístico.
Sus empinadas y estrechas calles en algunos casos coronadas por arcos, sus
miradores, el impresionante tajo (recuerda al de Ronda y también tiene el
apelativo popular “del coño”, por la primera expresión que surge al asomarse al
mismo), sus monumentales iglesias de San Pedro y Santa María de la Asunción, su
castillo de propiedad privada (por lo que no es visitable al público) y otros
lugares y palacios, no dejan de atrapar al visitante. Tal vez, para personas
mayores, o impedidas físicamente, esas calles empinadas sea un hándicap a
superar, pero deambular por ellas es trasladarse a otra dimensión donde en cada
rincón, o la vuelta de una esquina, puedes sorprenderte.
La plaza del Cabildo es la principal del
pueblo. En ella se halla el ayuntamiento, el parador nacional de turismo, el
castillo o fortaleza, la iglesia de Santa María de la Asunción y el mirador más
importante, desde donde se puede apreciar una de las mejores vistas del río
Guadalete, su cauce y las tierras que lo circundan… “verde valle y agua mansa
que transita en cálido adiós a la villa, que, desde arriba, le despide en su
eterno caminar hacia la mar”.
Otro mirador hacia el este, el de Abades, se
muestra oteando la serranía y adivinando a sus pueblos blancos salpicando las
laderas y retando, desde las estribaciones con sus fortalezas, a imaginarios
enemigos; o haciendo bailar la vista sobre tierras de cultivo y blancas casas
que motean el horizonte, junto al lago que refleja, cuan espejo sosegado, el
tránsito de nubes indecisas y cargadas de misterio que llevan a desojar la
margarita: ¿lloverá, no lloverá…? Al pie, a un tiro de cañón, la iglesia de San
Agustín, a la par que se adivina la vieja y derruida muralla que se resiste a
desaparecer, dejando como testigo de su gloria la gran Puerta Matrera, que
otrora daba salida al exterior oriental, a la par que defendía su intimidad y
resguardo en las oscuras y amenazantes noches.
La competencia entre las iglesias de San
Pedro y Santa María de la Asunción se mostraba en función de reliquias y
ostentación, hasta el punto de que tienen a santos momificados como máxima
reliquia. En Santa María la momia incorrupta de San Felix, en la iglesia de San
Pedro, los cuerpos incorruptos de San Víctor y San Fructuoso, creo recordar. A
estas alturas de nuestra civilización esas muestras no nos afectan tanto e,
incluso, te sacan una sonrisa de agnóstico, pero en aquellos tiempos debía ser
tremendo el influjo en el beaterio, que algo quedará aún. En todo caso, ambas,
pero sobre todo para mí Santa María, son manifestaciones artísticas de primera
dimensión, como podréis ver en algunas fotos.
Texto de Antonio Porras Cabrera
Fotos: